Los Hippies: El Movimiento Más Decadente De La Historia
Por Alejandro López
mayo 26, 2016
La vida bohemia, el Surrealismo y las revueltas de 1968 son algunos ejemplos de movimientos culturales y artísticos que han plantado cara a la maquinaria moderna, cuyo andar cronométrico extingue el espacio para la aleatoriedad, la disrupción y la ruptura del relato histórico que como afirmó torpemente Fukuyama, estaba finito.
De esta misma ambición se gestó a finales de los 60 un movimiento planetario que tomó especial fuerza en los Estados Unidos: los hippies, cuyos ecos culturales aún resuenan con fuerza en el presente, pero ¿cuáles fueron las respuestas del movimiento hippie para romper con la podredumbre de la modernidad manifestada en la decadencia del mundo actual, fincada por el racionalismo y el positivismo? ¿Cuáles fueron los alcances filosóficos y prácticos del pensamiento que pretendía romper con la cultura y lo gris de la vida?
Según la experiencia sensorial cartesiana, los misterios del mundo quedan revelados en el mismo momento en que la percepción del hombre delimita lo existente, entonces todo se comprende y nada queda por descubrir. Por otro lado, el positivismo concibe a la historia como un proceso lineal de progreso ininterrumpido en la que apenas hace falta intervenir para denunciar aquellas visiones que pretendan detener la gran maquinaria sobre la que giran las virtudes de la sociedad occidental: el sistema capitalista de producción, las leyes y convenciones establecidas actualmente, el uso de la tecnología y todo el proceso histórico que forjó el estado actual de las cosas no sólo se presenta deseable, también imposible de modificar.
En ese entendido, distintas corrientes filosóficas han asaltado al mundo con una actitud diferenciada e incluso contestataria, fuertemente influenciadas por el existencialismo, bajo la premisa de que la vida como el único espacio de aparición humano es desagradable en su totalidad; sin embargo, es posible actuar para revertirlo, intentar otorgarle un significado que rompa con la intrascendencia de existir y sobre todo, de la conciencia humana.
Los hippies entendieron que la guerra estaba mal y actuaron en consecuencia protestando por Vietnam, pero lejos de una explicación de fondo de las fuerzas materiales y los verdaderos intereses americanos en un insignificante país del sureste asiático, entendieron la paz teleológicamente, como camino y fin, de la misma forma que pregonó Gandhi, cuyos connacionales son los choferes y trabajadores de supermercado predilectos en Inglaterra, mientras la India es uno de los países con más inversión extranjera y pobreza en el mundo.
El movimiento hippie basó su ideología en dos valores reconocidos como universales: amor y paz. La contracultura pretendió cambiar al mundo con las bases revolucionarias de hace dos mil años, mismas que llevaron al cristianismo a dominar el globo y hacer del reino de las ideas el bálsamo para la decadencia de la vida material: los ideales ascéticos del movimiento están plenamente expresados en su noción de comunismo primitivo reproducida una y otra vez en sus intentos de comunas y de un profundo amor hacia todas las cosas y personas, marcado por la no violencia. La misma máxima que Jesucristo enseñó al pueblo de Israel sobre “poner la otra mejilla” es el principio rector del flower power, replicado en cada intento de transformar la sociedad a pequeña escala, incluso a nivel individual, mostrando que las coincidencias resultaron ser más que la pretendida ruptura con el platonismo y la moralina cristiana a través de la revolución sexual.
La tradición milenaria de los pueblos mesoamericanos del uso de drogas y sustancias alucinógenas tiene su origen en actos rituales sagrados. Es la puerta de acceso a un conjunto de conocimientos y saberes ancestrales, únicamente accesibles mediante la alteración de la consciencia. Una experiencia vital que revela la conexión entre el hombre, la naturaleza y todos los seres vivos a través de un sistema orgánicamente interrelacionado, un “todo” que forma la cosmovisión de un pueblo. Los hippies culminaron el camino de la invención occidental de estas sustancias que comenzaron artistas como Gautier, Balzac, Baudelaire, Blake, Poe, Wilde y Rimbaud, lo que se conoce como psicodelia.
El descubrimiento del LSD y la caravana The Merry Pranksters que Ken Kesey organizó para recorrer los Estados Unidos auspiciando arquimédicamente las drogas psicoactivas con equipo de luz, sonido, proyectores e instrumentos orientales fue el principio del fin de la potencialidad creativa de la psicodelia. Las drogas alucinógenas proliferaron entre los círculos hippies y rápidamente inauguraron una subcultura obsesionada con el consumo en sí, que castró a la experimentación estupefaciente de su historia y con ella, de la posibilidad de crear experiencias disruptivas de los valores culturales, sociales y políticos de la época. La religiosidad con que loshippies se entregaron al culto por la alucinación como mero mecanismo de escape alcanzó su clímax de la mano de Thimothy Francis Leary, fundador de la Liga para el Descubrimiento Espiritual, una religión cuyo objeto de veneración era el LSD.
Uno de los puntos más relevantes del movimiento hippie fue la negación al consumo, a la sociedad global y a la cultura que cada vez tendía más a la acumulación. Si bien los hippies frenaron la inercia consumista de los 60 y 70, la construcción social alrededor de sus principios produjo el nacimiento de una contracultura que lejos de romper con los patrones de acumulación capitalista y de consumo en la sociedad moderna, sentó las bases definitivas de la sociedad del espectáculo. Lo que en un principio se constituyó en una acción soberana, como bailar en público, practicar el amor libre y acudir a festivales masivos como Monterey Pop Festival, Altamont Speedway Free Festival y el olímpicamente reconocido Woodstock (cuyas réplicas llegaron a buena parte del mundo), terminó por desembocar en un fenómeno rebelde que al poco tiempo se volvió hegemónico como forma de discurso y masivo en el consumo, consolidando un mercado que ya había sido explorado por los Beatles en su segunda gira por los Estados Unidos en 1965, pero nunca patentado con tal fuerza.
Del carácter siempre dispuesto y positivo de los hippies, cuyo intento por hacer de lado los roles y convenciones sociales resultó menos que quijotesco, nació un interés genuino por trastocar la estructura de la sociedad en su conjunto. Esa ansia por nuevas experiencias les hizo abandonar la oficina y los trabajos rutinarios para embarcarse en un estado casi permanente de ocio, pero no la clase del ocio soberano que surge de la resistencia y responde a la productividad capitalista con singularidades, sino uno pasivo que contribuye al desarrollo de la oportunidad de negocio por medio de los intereses de la cultura “contestataria”. Las artesanías, el consumo de alimentos orgánicos, la sacralización de ídolos del rock, el creciente interés por la cultura oriental, los viajes espirituales y la actitud de estudiante a largo plazo resuelven el problema de la ociosidad en términos favorables al capital: no sólo se evitan pensamientos diferenciados, sino que el grupo ocioso funciona de plataforma para la creación de nichos de mercado, el mejor ejemplo está en la producción de “artesanías” a gran escala y los alimentos orgánicos hoy día.
La ideología de los hippies termina por concretar su escandalosa decadencia en el mismo racionalismo que hizo de base a la modernidad gris que tanto desdeñaron. Para ellos, la mayoría de los problemas están en la cabeza, de forma que la práctica social queda relegada a un segundo término. Así, se agota el espacio para la política (que se encierra en un contexto vulgar de partidismo y se entiende como un hecho negativo en tanto su carácter de confrontación de ideas) y se consolida el incontestable triunfo del positivismo en una de las máximas del movimiento, que viene a ser una versión rebelde del laissez-faire: el “dejar fluir”. Tornar colectivo el olvido de cualquier problema y llenar la mente de buenos pensamientos es el camino propuesto por el movimiento para la transformación de la realidad.
De esta forma, el hippie termina convertido en un consumidor compulsivo de las creaciones de su propia cultura. No sólo eso: el mayor signo de decadencia del movimiento está en la frenética búsqueda de estímulos, de pasatiempos y emociones efímeras que se consumen una tras otra, en busca de olvidar la alienación al sistema, de llenar el desencanto de la vida de un hedonismo constante, potenciado por la tolerancia y un apolitismo (salvo algunos sectores minoritarios que pronto desaparecieron, como los Diggers) que culminó junto con el resto de la sociedad, en individualismo e indiferencia hacia las causas sociales.
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