Trago amargo
Por: José Alejandro Delgado
Hermano Cantor Necesario Del Pueblo Venezolano
1 de mayo de 2014 a la(s) 1:49
(A algunos de mis compañeros de cantos y labores que no cuidan su propio jardín)
Muchas veces me molesté al ver que florecía el jardín de mi vecina mientras el mío se secaba. Muchas veces quise buscar la manera de hacerle secar su jardín con la idea de que si el mío no daba flores pues que ninguno alrededor debía florecer.
Para lograr el objetivo de secar el jardín de mi vecina hice de todo.
Le saludaba todos los días con mi mejor sonrisa y cuando ella se iba a trabajar le lanzaba ácido a la grama, le envenenaba las aguas, le cortaba la manguera, le pagaba al jardinero, que pasaba dos veces a la semana, para que no le vendiera más vitaminas o le compraba toda la vitamina para que al llegar a la casa de mi vecina no tuviera más.
Empecé a hablar mal de mi vecina, sin saber lo que por su mente y su corazón pasaba, sin saber de su trabajo, de su familia, sin saber nada de ella. Sólo veía su jardín en flor y el mío no. No importaba más nada.
Con cuentos inventados hice que toda la gente de la calle la odiara mientras yo le sonreía todos los días con los buenos días.
Le hicimos la vida imposible y su jardín fue marchitando junto a ella, lógico. Tuvo que irse de la calle y el último día le despedí con mi mejor sonrisa, con una especie de satisfacción rara por ver su jardín muerto y su vida hecha cenizas.
Esa rara sensación no me abandona y me hace tragar amargo todos los días. Esa rara satisfacción me hizo guardar un montón de vitamina para la tierra que se pudrió en el sótano porque nunca la eché a mi tierra, me hizo quemar con ácido mi jardín para siempre y envenenar mis aguas.
Me hice miserable sin saberlo. Hasta la única razón que tenía para sonreír, por muy macabra que fuera, se me fue al irse mi vecina.
Todos los días, tragando amargo, pienso que tal vez la vecina tenía la habilidad para hacer florecer la calle, esta calle de casas grises, de gente sin sonrisa y sin corazón. Que todo podría haber sido diferente si me hubiera preguntado alguna vez lo que debía hacer yo para cuidar mi jardín. De haber abierto mis tierras a la grama y a las rosas, a las trinitarias y enredaderas de todos colores que tenía mi vecina.
Trago amargo.
JAD
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