La conmovedora historia de Iris, lleva 26 años viviendo en un hospital de Maracaibo
César Bracamonte
domingo 29 de diciembre de 2013 10:24 AM
Iris González llegó con cinco años al Hospital de Niños de Maracaibo la mañana del 22 de mayo de 1987. Su mamá, María del Carmen González, salió a comprar el desayuno y buscar algo de ropa. Pero nunca regresó. No hay rastros de quien albergó en su vientre durante nueve meses a la niña que hoy está convertida en una mujer de 31 años.
En la cara de la paciente se deja ver una larga tristeza. Nunca ha perdido la esperanza de que vuelvan por ella. Durante el año, al menos unos 400 estudiantes de medicina lidian con ella, le entregan todo el amor posible en la mañana y en la fragua de la tarde. Estudiantes de postgrado le cambian los pañales y le dan la cena. Aunque ninguno de ellos sustituye el amor de una madre.
Cuando Iris ingresó al hospital, su enfermedad se llamaba parálisis cerebral Infantil. Su progenitora debió haber consumido todo el alcohol suficiente para dañarle, con sus resacas infinitas, la formación y el desarrollo del cerebro a su pequeña. Con los años, la patología cambió: Encelopatía estática es lo que ha reducido a este maravilloso ser humano a la sala C, cama número 12 del Hospital de Niños de Maracaibo.
Los gastos de Iris los cubre la institución y las donaciones de médicos, enfermeras y los padres de los pacientes del hospital que se solidarizan con ella. Su vida es una eterna dádiva por el buen corazón de quienes día a día escuchan los gritos aturdentes de la chica en los pasillos del hospital, porque tiene hambre o quiere que le cambien el pañal.
Su déficit cerebral no es obstáculo para agradecer con un gesto de amor de sus reumáticos dedos y un grito, al doctor Alberto González, que le acaricia sus cabellos. Él asegura que, aunque quiere mucho a Iris, ha tratado de mantener su cariño en los límites de paciente. Encariñarse al extremo con ella, le podría hacer mucho daño a su paciente y de algún modo a él también, por eso es que en los últimos 15 años de su carrera, este médico ha dejado claro su rol con todos los niños con los que se ha asistido, incluso, con los dos o tres que dejan anualmente abandonados en la emergencia del hospital. Su tarea, además de sanarles, es buscarles un hogar.
Iris se ha sabido ganar el corazón de enfermeras que durante todo este tiempo la han atendido. Lesbia Aguilar, por ejemplo, expresa su amor incondicional por ella. Son muchos años de proxemia, de girarla para que las escaras no la habiten, de asearla sin asco, sin ningún tipo de repulsión por su periodo menstrual o de sus heces, “para el hospital, ella es más que un huésped infinito, es una hija parida a muchos vientres, todas han sido sus nodrizas”, reflexiona Lesbia.
Andy, el abuelo del pequeño Sebastián, paciente del hospital, cuenta que mientras cuidaba a su nietecito, una noche lluviosa de octubre, vio cómo una de las enfermeras se colocó a un lado de Iris y la consoló durante dos horas en la madrugada para mitigarle el dolor menstrual hasta que se quedó dormida, con la mano de la enfermera debajo de su cuello. Andy juró con lágrimas en sus ojos que jamás volvería a quejarse por estupideces, ni por el calor, ni por la economía y menos por un simple dolor de cabeza. Esa noche Iris le dio una lección de vida, sin ni siquiera conocerlo. Al día siguiente le dieron de alta a su nieto Sebastián y se fue, no sin antes dejarle un paquete de pañales.
El doctor Alberto, en sus visitas habituales, siempre le alborota el cabello a Iris y se complace al ver cómo Norelis Véliz, una camarera que desde 1996 le cambia la sábana y de posición. “Iris ama la crema de auyama”, revela el doctor al tiempo que le diagnostica una otitis aguda. Él hace una evaluación de su historia clínica y narra: “Una vez fue remitida al Hospital Central para ser tratada de una obstrucción intestinal, allá estuvo alrededor de tres meses, no ha sido fácil pero que como el amor mueve montañas a Iris nunca le ha faltado quien la quiera y colaborar con ella”.
El doctor Alí Torres Morales era el director del hospital cuando Iris llegó. Él buscó conseguirle un hogar para la niña a través del Inam (hoy Consejo de Protección al Menor) , pero la excusa fue que no habían camas disponibles en esa institución. Años más tardes le dirían que ya tenían un lugar y él se negó a entregarla diciéndole a todo el personal: “Iris no se va de aquí, ella es nuestra hija. Se queda”.
Según lo poco que queda del registro de historias médicas, Iris, al momento de llegar a la sala de emergencias, presentaba un cuadro diarreico simple, su madre dijo que residían en Haticos por arriba, calle San Luis, casa Nro. 16-52, pero el doctor Torres Morales, en su lucha por ubicar a los familiares, se dio por vencido al constatar que la dirección era falsa. Dany Suárez con 30 años de servicio, jefa de registros y estadísticas de Salud del Hospital de Niños, dijo recordar el día que ingresó la niña, y aseguró que en realidad los datos aportados por María del Carmen González, la supuesta madre de Iris, eran falsos, al menos la dirección, no existe y es posible que ella tampoco se llame así. Luego de decir que iba a buscar desayuno y ropa para la niña, nunca más se supo nada de ella. Desapareció.
Sin embargo, los ángeles no fallan a las almas nobles. Xiomara Valdez, desde hace poco más de siete años, es la jefa de la sala donde se ubica a Iris, ella se ha preocupado porque cada 6 de enero, cantarle el cumpleaños a su hija adoptiva, tal y como si hubiese nacido de su vientre, le hace la torta, un pequeño cotillón y le cantan las mañanitas acompañada del cuerpo de enfermería, doctores y los pacientes que se encuentren en la sala ese día. Sus muchas apatías cerebrales parecen desaparecer ese momento y grita sin cesar cuando ve rodeada su cama, (el espacio que posee en este mundo), llena de gente que la quiere.
Sager Theodorus Duwaer, aquel marabino nacido en Holanda, jamás pensó que haber donado su casa, (actual Hospital de Niños) sería de gran ayuda. “La gota de leche” como lo llamó en un principio, consistía pararse en la puerta para regalar a las madres dos bolívares y un pote de leche, y fue su última voluntad colocar en su testamento que esta casa fuera donada a los niños enfermos en el año 1922. Iris sería abandonada ahí, 60 años después. Ese es su único techo.
El legado de Sager Theodorus Duwaer ha viajado de generación en generación para mantener vivo su altruismo. Iris, tal vez, no ha cumplido con algunos requisitos que la sociedad demanda como enamorarse, graduarse, casarse y tener hijos, pero su existencia para los pocos que han tenido la dicha de conocerle, esos deberes podrían considerarse banales.
La otra cara de la historia está allá afuera, tras las gruesas paredes del antiguo hospital, construido por Leon Achiel Jerome Hoet, donde las balas de los violentos no pueden entrar, tampoco deja entrar la ayuda. Mucha gente conoce la historia de esta chica y, sin embargo, la han dejado a la suerte de la filantropía, al igual que sus padres la han abandonado a la suerte de una intemperie, pese a que las buenas intenciones han sido más, aún falta mucho, y nadie llega con un paquete de pañales, ni con nada para Iris, pareciera que las mismas paredes que detienen las malas intenciones no dejan entrar las buenas y la pequeña está destinada a vivir solo del amor de adentro.
Alrededor de su camita, sus ángeles, los visibles y los que no se pueden ver, existe la historia de alguien que venía a destiempo y le hacía guardia por un rato al lado de la cama antes de romper a llorar e irse, seguramente su madre que la edad y las heridas le deben hacer pensar mejor las cosas aunque sin el valor suficiente para sostenerla en sus brazos y llevarla a casa. De todos modos a Iris eso no debe hacerle falta, le sobran amores que vienen de distintas direcciones, de muchos corazones aunque no del que sería el más importante, la pequeña mujer atrapada por su niñez y un error genético sigue acostadita en su cama N° 12, tal vez nunca vaya a Disney, quizá eso no haga falta, en la profundidad de su mirada se nota que ha ido mucho más allá.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario