Los justos, de Camus - Naves del Español
Los justos de Camus militan en ETA
Nuestro gran drama de la historia reciente sube a los escenarios
José Catalán Deus, 02 de octubre de 2014 a las 16:30
Adaptar a la España de finales de la Transición el debate intelectual sobre la justa violencia que el francés Albert Camus escribiera en 1949, es harto complicado. Sustituir al grupo revolucionario moscovita de 1905 que Camus usó como discutible percha, por un comando terrorista que coloca un coche bomba en Madrid en 1979, también tiene obvias complicaciones. El proyecto es bienintencionado pero las piezas no encajan del todo. La lógica etarra de perdernal no casa con las dudas existencialistas de unos personajes literarios artificiosamente creados en Montmatre. Duele que el resultado de este esfuerzo sincero por llevar al teatro nuestros males resulte insatisfactorio. Pero merece ser conocido y valorado en lo que vale.
Albert Camus estrenó Les Justes en Paris en 1949, con María Casares en el papel de Dora, ya convertido en guru intelectual de los parises de la francia. Como ya había hecho con Calígula, utiliza una trama y unos personajes exóticos para debatir ideas de su tiempo, con resultado artificioso y tramoya de cartón piedra. Si allí era el emperador romano y sus consejeros, aquí son un grupo de revolucionarios que quieren acabar con la tiranía del zar, a partir del hecho real del asesinato del Gran Duque Sergio Aleksándrovich Románov. Es una discusión moral entre dos personajes que encarnan el debate: el duro Stepán y el idealista Kaliáyev. Dos visiones que sólo en la mente simplificadora de un intelectual se presentan puras y antagónicas, y que en la vida real van mezcladas en dosis diversas. Pero el manido recurso literario sirve para debatir si es aceptable matar por una causa supuestamente justa, dando por hecho que haya causas justas para ello, algo muy discutible entonces y ahora inaceptable.
El director y su compañero de adaptación nacieron en Bilbao cuando nacía la Constitución vigente y ETA iniciaba su período de madurez, el más brutal e incomprensible de su historia. Puede decirse que nacieron con el actual régimen constitucional democrático y con su peor enemigo. Puede pensarse que ellos y su generación, sobre todo en el País Vasco, han crecido condicionados por ello. Y son claros y valientes en su juicio: 'Es una obra sobre ETA y es una obra contra ETA. Es una ficción sobre un hecho histórico de nuestro país y una reflexión sobre porqué llevamos medio siglo conviviendo con el terrorismo y porqué, aún hoy, hay quien lo practica y justifica'.
Sin embargo esta pieza concebida 'contra ETA' no está nada claro que lo sea. Víctima de la situación actual, de su indefinición y su ambigüedad, de una paz que nadie ha suscrito pero va tirando, de un final que no ha llegado pero debe darse por hecho, de una pugna 'pacífica' tan implacable como la armada por imponer una versión de los hechos y un resultado favorable a la causa, se empantana en disquisiciones colaterales justificadoras, en elipsis y recursos para amagar y no dar, justificar sin querer, y abundar en la visión políticamente correcta que se está imponiendo rápida e inexorablemente en el País Vasco. Camus en euskera abertzale es un encaje de bolillos.
Pérez y Hernández-Simón han adaptado el texto de Camus, conservando las ideas, la estructura y los personajes, pero trasladando la acción al momento en el que un comando terrorista se dispone a atentar contra un alto cargo del gobierno. Es de suponer que habrán intentado documentarse en la vida clandestina y la actividad de un grupo subversivo, pero cometen mil errores de adaptación, lo que colabora a hacer menos creíble la trama. Un comando terrorista no habita en el sitio donde va a actuar, no monta citas en la casa donde vive, no vuelve tras la acción al lugar donde estuvo previamente escondido, no permite ausentarse a un miembro poco antes de la acción, no fabrica el explosivo sobre el terreno, no permanece en el escondite previamente fijado si hay alguna detención...
Todo ello son exigencias del guión, un guión subordinado a los gastos de producción, teóricamente desarrollado en un piso ciudadano, pero prácticamente situado alrededor de un pequeño rectángulo de tierra con una pila anexa. Al punto central de ese reducto rural descontextualizado están atados los cuatro miembros del comando, en alusión a los vínculos opresivos que les unen, que deben pasarse la obra liando y desliando su maroma para significar que entran y salen de la casa, agarrando puñados de tierra y lavándose las manos para significar quizás su contacto con el terruño y su pretendida inocencia, mientras sortean las maromas vecinas en evoluciones circulares y arriesgados entrecruzados como para caer de bruces.
Dramaturgia y escenografía nos colocan en un espacio incomprensible, a lo más pintoresco. Al efecto desconcertante contribuyen obsesivos ritmos de chalaparte étnica y emotivos solos de violonchelo que terminan confluyendo en alusión a los discursos duros y los corazones blandos. Una confluencia que los dos actos finales parecen rubricar, con la aparición de un policía malo por supuesto y una absurda viuda que ya era absurda de gran duquesa camusiana, y con el retorno del desertor y el abandono de toda duda por parte del alma femenina de la Causa.
Exquisitas disquisiciones existencialistas de la rive gauche parisina combinadas con el 'Eusko Gudariak' (Guerreros Vascos) y el 'Nire aitaren etxea' (La casa de mi padre) presentaban problemas para la credibilidad de los personajes. El elenco aguanta el tipo. Lola Baldrich destaca toda la primera parte como esa Maitechu desgarrada y Ramón Ibarra lo hace en la segunda como ese policía funcionario. Pablo Rivero resulta el terrorista más creíble hasta que tiene que explicar su fallo y Rafael Ortiz debería repasar cómo son los 'cafiches' carcelarios. La mayor responsabilidad cae sobre el literario dúo antagonista: José Luis Patiño y Álex Gadea tienen que hacer de nihilistas rusos convertidos en etarras vascos, y la verdad es que Josu es un auténtico duro de San Juan de Luz y Mikel tiene que hacer frente a un disparatado paso por un lugar difuso -prisión y comisaría al mismo tiempo- donde atraviesa circunstancias confusas que en todo caso conducen al desenlace.
La compañía 611teatro nace en Madrid en el año 2007, y está integrada por Javier Hernández-Simón, Javier Muñiz y Oscar Sánchez Zafra, miembros del equipo artístico, y Pablo Rivero, integrante del reparto. La obra fue estrenada a comienzos de año en Durango y Baracaldo: nos hubiera gustado asistir, nos gustaría saber cómo fue ese estreno. Mismamente en agosto pasado se estrenó en Chile otra versión cuyos protagonistas formaban parte de una tal Organización de Combate. Los noventa minutos de duración se hacen largos porque la obra pierde el fuelle que pierden los dramones inflados de los que no se sabe cómo salir. El estreno anoche en la nueva etapa del Teatro Español registró el consabido éxito de asistencia de invitados amenizado con un nutrido refrigerio a la salida. De juzgar lo que vimos, parece defenderse la postura de Teo Uriarte y los que abandonaron la lucha armada a finales de los 70, y la tesis de una ETA en dos etapas, la buena y la mala. Indudablemente, las cosas son mucho más complejas y no caben en una obra de ficción. Si José A. Pérez en vez de reciclar Camus nos hubiera contado sus vivencias personales con coraje y sinceridad, es probable que hubiéramos salido ganando.
Posdata.- En el momento de publicar esta reseña, nos llega remitida por Gesto por la Paz una convocatoria de la Fundación Fernando Buesa que dice querer 'elaborar una memoria colectiva plural, compartida, consensuada desde la complejidad y no manipulada. La memoria es el reconocimiento social y político de las injusticias y sufrimientos padecidos por las víctimas del terrorismo. La constatación de los asesinatos, de los secuestros, de las amenazas, de las extorsiones, de las heridas de tantas personas inocentes. Esta memoria tiene que ayudar a construir una convivencia democrática plena, basada en la libertad y en una visión integradora. La memoria es un elemento esencial para conseguir la deslegitimación ética, social y política del terrorismo y es necesaria también para reforzar los principios y valores de un Estado de Derecho como garante de nuestras libertades'. Ojalá, ojalá se pueda.
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 7
Texto: 6
Adaptación: 7
Música: 6
Dirección: 7
Interpretación: 8
Escenografía: 5
Producción: 5
Programa de mano: 7
Documentación a los medios: 7
LAS NAVES DEL ESPAÑOL
Los Justos, de Albert Camus
Dirección: Javier Hernández-Simón
Dramaturgia: Jose A. Pérez y Javier Hernández-Simón
Del 1 al 26 de octubre de 2014
Reparto
José Luis Patiño - Josu (Stepan Federov)
Lola Baldrich - Maite (Dora) y La Esposa (La Gran Duquesa)
Álex Gadea, Mikel (Ivan Kaliayev)
Ramón Ibarra, el Teniente (Skouratov)
Rafael Ortiz, José y Suárez (Alexis Voinov y Foka)
Pablo Rivero Madriñán, Xabier (Boris Annenkov)
Equipo artístico
Dramaturgia José. A. Pérez y Javier Hernández Simón
Dirección Javier Hernández-Simón
Iluminación Juan Gómez Cornejo
Escenografía y vestuario Bengoa Vázquez
Espacio Sonoro Álvaro Renedo Cabeza
Asesora de Movimiento Marta Gómez
Ayte dirección Oscar Sánchez Zafra
Producción Javier Muñiz
Compañía 611teatro
Comunicación, Fotografía y Web Vector Fleming
Distribución: GG distribución escénica.
http://www.periodistadigital.com/guiacultural/ocio-y-cultura/2014/10/02/los-justos-de-camus-militan-en-la-eta.shtml
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